THE MOTHERCROW
CACHEMIRA
Sala Upload

18.05.24

Dicen que se necesitan varias vidas para alcanzar el nirvana, no sé si será cierto, pero desde luego, para mí es algo impensable e inalcanzable. Si debemos ceñirnos a mis bajas dosis de capacidad de meditación, que intentarlo lo intento, pero no hay manera, más la ineptitud física y mental, de alcanzar el más mínimo atisbo de iluminación espiritual, que no sea debido a cualquier sustancia vitaminada, me quedo con las ganas, no ya a las puertas, en la quita puñeta del nirvana.
Pero claro, si lo ponen más complicado todavía, no hay forma de concentrarse para conseguir un mukti mínimamente decente. La Perra Blanco en Apolo, Manolito García en el Sant Jordi, Sant Boi en fiestas, con conciertos gratuitos, más la final de la Copa de la Reina de la bolsa de Plástico, en la cima de la montaña. No por estar más cerca del cielo, se consigue tener un karma que comulgue con la ley cósmica, como los de la Federación de Española de Futbol Femenino, que en la siguiente rencarnación serán cucarachas, pues en esta ya son ratas de cloaca. Pero, por si no es bastante, teníamos que entrar en Upload por detrás, sé que suena algo erótico y dependiendo de gustos, sugerente, pero en realidad es una caminata más larga, entre punkis que van a la entrada principal del Poble Espanyol para un alegre y dicharachero festival, en la plaza del pueblo, y guiris borrachos como gambas y colorados, como la sangría de garrafón que gastan, y que iban a un sarao de chunda-chunda. Allí, escondida y pequeña, está la entrada trasera del Nirvana… perdón, de Upload.

Con los parroquianos, todavía buscando el nudo infinito que los depositara en Upload, salió al escenario The Mothercrow, para celebrar los cinco años de ese magnífico álbum llamado Magara. Pese a la oferta lúdica de ese día, el aforo rozaba las doscientas personas y el ambiente, que es lo realmente importante, se puso a máxima potencia desde el inicio. No era para menos, porque comenzaron con «Revolution», tema que abre el álbum a defender y, que almacena, en poco más de tres minutos, toda la esencia de los Mothercrow, léase fuerza, carisma, energía salvaje, psicodelia, sensualidad, wha-wha y pasión.
La banda contaba, de nuevo, con la participación de Claudia al bajo, tras el abandono el año pasado de Daniel, por lo que la pelirroja bajista hizo doblete.
Tenía una deuda con esta formación, pues no la había podido ver en directo todavía, y eso que Magara fue fusilado en Bad Music Radio cuando se editó, pero por la necesidad de comer cada día, y si puede ser tres veces y en caliente, el saldo estaba en negativo en mi cuenta. Me resarcí, vaya si lo hice.

La banda tiene una solidez que está fuera de cualquier discusión posible, Karen es un animal de escenario, con una potentísima voz, que alcanza su mejor registro cuando llega al límite de romperse y retrocede; salta, patea, se insinúa en primera fila como una pantera, que busca su presa, no para quieta ni un segundo, ni siquiera cuando se dedica a engullir su vino blanco. Tiene una enorme personalidad y desde el primer minuto, nos hipnotizó, no sé si a todos, pero a un tipo de pelo largo de primera fila, que no cerró la boca en todo el bolo, y a servidor, sí.
Max, a quien ya había visto en dos ocasiones con Saturna, no se le pueden añadir más calificativos de los vertidos en la crónica de hace dos semanas, en esta misma sala. La guitarra perfecta para un sonido añejo y complejo, que camina enrevesado entre varias fronteras sonoras, sin… iba a decir sin despeinarse, pero no me vale la metáfora.
Jaume, el bataca del cuarteto, no se limitaba a marcar el paso y ejecutarlo con contundencia, es que transmitía buen rollo, saltando y levantándose del sillín, como culo inquieto, me encantó.
Dejamos al final a Claudia, que para nada estaba desentrenada, y esta es también su criatura, pues fue partícipe de su grabación y edición, de la cual hizo cinco años el día siguiente. Desempolvó la flauta travesera para el tema del disco donde aparece, «Swat It!», dejando las cuatro cuerdas a James Vieco, única colaboración del concierto. Lástima que el micro fallaba más que una escopeta de feria, se iba y venía a su puto antojo y se notó más en esta canción.
El set list desgranó el álbum al completo, en el mismo orden, salvo el tema mencionado de la flauta y la colaboración que cambió casi al final. Ni siquiera los problemas de sonido del micro, que falleció terminando el concierto y sesgó la noche con un parón inevitable, pudieron acabar con la magia de The Mothercrow. ¡Fantástico concierto! Salvada la deuda con gusto… al final va a ser verdad eso que dicen, que el mear y el… cuanto más tiempo tardas en hacerlo, más placer supone. Por si acaso, vamos a descargar y repostar, que viene otro bolo.

Poco tiempo de espera, el suficiente para un cambio de ropa y tomar algún refrigerio, no el que escribe, que también lo segundo, me refiero a Claudia, que como recordaréis, hacía doblete. El problema del micro estaba solucionado con el cambio de cable, y quiero romper una lanza por los técnicos de la sala. Los cables, que seguro que los carga el Opus Dei, se rompen y los muy cabrones, a veces no se sabe por dónde, aunque siempre que falla algo, parte del público gira la cabeza acusadora para el técnico, lo sé por experiencia… algún día me haré una camiseta que ponga «¡Yo no he sido!».

Cachemira es un trío sólido, con aires setenteros, pero que lo le hace asco al hard rock y una progresión que en ocasiones roza al heavy. Como sus compañeros de esta noche, la psicodelia está al pie del cañón y el wha-wha, desgasta sin piedad la suela de las botas.

La batería, a cargo de Alejandro, es el centro del huracán, con los dos escuderos a los laterales, Gastón a la izquierda, con su guitarra vaciando brujerías y con el ampli castigado de cara a la pared, no por haberse portado mal, más bien por el volumen con el que desempeña su labor, que si alguien tiene alguna duda, ejerce con total maestría. Claudia se decanta a la derecha del escenario, con unas líneas de bajo que comienzan casi todos los temas y, progresan violentamente, para dar rienda suelta a las seis cuerdas. Es como si corriera hacia un barranco, para lanzar a Gastón a volar. La voz no es un secreto, es espectacular y solo debe uno fijarse en el tema «Dirty Roads», para caer rendido a sus pies, de ella y del resto de la banda. Ese tema lo tiene todo, no es necesario añadirle nada más.

El escenario no cojea en ningún momento, al contrario, se lo echan encima y en ocasiones parece que te lo vayan a volcar sobre la cabeza. Defendieron si álbum Ambos Mundos, pero además nos regalaron una versión del grupo Dust, creí escuchar, aunque no metería la mano en el fuego, ni por el tema, ni por nadie. Siguiendo con mi dislexia cerebral, creo que presentaron un tema en castellano de Storm, mítica banda andaluza de los setenta, que no reconocí, pues el único álbum que conozco es el primero y solo tienen un tema en el idioma del Manco de Lepanto y no era ese, aunque mi demonio del hombro derecho testificaba que era «Caja de metal», el del izquierdo, siempre hago caso al izquierdo, me aconsejaba que me olvidara del aguafiestas del apuntador, y me ordenaba ir a por otra cerveza.

También aprovecharon para presentar un tema nuevo, puesto de gala como «Fucking 1», que sonaba muy psicodélico y con una progresión de guitarra, vamos, en la línea del último álbum, y que no hizo otra cosa que avivar mi hambre canina por escuchar nuevo material.
Terminó el bolo con un solo de batería, algo que últimamente estoy volviendo a ver mucho, y no en las jam sessions precisamente.

Finalizaron el concierto todos juntos, las dos bandas, rindiendo homenaje a Black Sabbath, y cerrando una noche que volvió a ser grande, y que esperemos que se repita, al menos cuando las dos bandas tengan material nuevo que presentar, que espero que sea pronto.
A veces el nirvana no está tan lejos, junto entre el punk y el chunda-chunda.
Texto: JLbad
Fotos: Roger Albiol


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