GUADALUPE PLATA
Sala Upload
. 28.06.14

Poco importaba que la plaza central del Poble Espanyol, estaba el maestro Alice Cooper, descerrajando su infierno particular, lleno de colorido, teatralidad, volumen y un ejército de seguidores desgañitándose. Dentro de la Upload, también teníamos nuestro infierno peculiar, pero sin tanta parafernalia, porque incluso en el averno parece ser que existen ricos y pobres, diablos opulentos y otros seres luciferinos más modestos.

Nuestras gárgolas nos hicieron esperar un buen rato, hasta que pasada de largo la hora anunciada, aparecieron Pedro, Carlos y Luis, guitarra, batería y botella de anís de El Mono respectivamente. El escenario, como siempre, de un rojo ensangrentado que odian los objetivos de las cámaras de foto, pero que para qué vamos a engañarnos, es la decoración perfecta para el aquelarre de la virgen de Guadalupe que íbamos a disfrutar.
Ni un buenas noche, bienvenidos, o ¡Ehi! Comienza el repiqueteo del cubierto en el relieve del envase de anisete, la batería lanza tímidamente un ritmo suffle y se enchufa el amplificador. Buscamos como locos el set list entre monitores, pero tiempo perdido, o se lo saben de memoria, cosa ardua complicada, por el número de temas vomitados, o improvisan, que es un arte que dominan a la perfección los demontres de las Calderas de Pedro Botero.
Comienza el ritual con una marcha fúnebre, que atenúa los bajos de Alice Cooper, que se cuelan por la puerta de emergencia de la sala. Naturalmente, estamos hablando de blues, le guste o no, a los talibanes del género, por lo que los demonios, huesos de gatos, mínimos negros, venenos y pócimas, ratas, serpientes y asesinatos se mezclan entre cencerros, aullidos lobeznos, soniquetes que recuerdan a viejas pellejas, cantando tonadillas entre copazos de Agua del Carmen, y vueltas de ganchillo.

A medida que van desglosando temas, el ambiente se va caldeando, y de vez en cuando estalla en arrebatos de pasión, con temas como «No hay donde ir», que nos recuerda a Howlin’ Wolf, «Y.N.T.M.A», ese campanilleo de «Oigo voces» o «Miedo».
Es imposible acordarse de todos los temas que interpretaron encima del escenario, pero, probablemente, alcanzaran las tres decenas de canciones.
Pedro se quedaba mirando al vacío, como buscando la maldición adecuada para la ceremonia, tal como colocaba la cejilla, los dos compinches ya sabían por dónde iba a salir. En ocasiones un pequeño acorde mostraba el camino del báratro humeante.
En otras, entras en trance de tal manera en un concierto de Guadalupe Plata, que te cuesta discernir, si el olor a azufre es cierto o producto de tu imaginación. El hechizo Hoodoo del «Hueso de gato negro», el lamento sórdido de «Baby me vuelves loco», la amenaza velada de «Cementerio» o la angustia de la farandulera y arrabalera «Calle 24», colocan a los fieles predispuestos para dejarse caer en la caldera llameante, pero no ocurre el genocidio y tras un breve ¡Gracias! Se marchan…

Nos dejamos la voz pidiendo el bis, pero tardaron en salir, qué cojones, tardaron mucho, pero mucho, mucho. Para volver y soltar la liturgia de «Jesus está llorando» y volver a marcharse, para regresar, seguramente, dentro de unos seis meses. Pues ahí estaremos, porque Guadalupe Plata son el eslabón perdido entre la tonadilla andaluza y el blues del delta, entre el diablo poderoso y petulante y el ángel negro, que fue desterrado del cielo, pero su herejía cura la mente y reconforta el podrido espíritu.
¡Black Cat Bones! ¡Lluvia de serpientes negras! ¡Guadalupe Plata!
Texto: JL Bad
Fotos: Laura Montenegro


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