El pasado viernes 2 y sábado 3 de agosto, se celebró la cuarta edición del Aracena Blues, con un éxito extraordinario de público y calidad musical.

Aracena es una preciosa población, que forma parte del parque natural de Sierra de Aracena y Picos de Aroche, en la provincia de Huelva. Allí, un grupo de aficionados a la música afroamericana y en especial al blues, se empeñaron hace años en organizar un festival de verano. La cosa no fue sencilla, y tuvieron que lidiar con muchas dificultades ajenas a la música —lo puedes leer en la entrevista con Quique Bonal—.
Afortunadamente, comenzaron su andadura en el 2021, con todas las restricciones que conllevaba la primera etapa post COVID. Este año se ha celebrado su cuarta edición, que por lo visto y disfrutado, ha sido la de su consolidación definitiva.

Por encima del aspecto musical, del que hablaremos más tarde, me gustaría destacar esa esencia de festival popular que se respiraba en el ambiente, donde todo está destinado a involucrar a la población en el evento, algo que consiguieron con creces. Saboreando ese objetivo conseguido, no puedo dejar de recordar otros festivales que nacieron con ese ADN en el espíritu, como fue el desaparecido Hondarribia Blues Festival o el Benicàssim Blues Festival, que sigue rodando con una salud envidiable, y con el que he compartido de forma muy directa, diez de las doce ediciones que se han celebrado.
Aracena Blues posee las mismas virtudes, con el condimento de las grandes dosis de ilusión, que se generan al inicio y que con el tiempo se van transformando en profesionalidad y eficacia.

Con esto último, no quiero decir que esa profesionalidad no existiera, al contrario, el festival funcionó como un motor de un Hot Rod de ocho cilindros en V, con la puesta a punto recién hecha, seguro, fiable, con precisión y elegantemente rápido.
Dos días intensos, que dejaron una sensación de querer más, mucho más, sobre todo si es en las mismas condiciones de lo mostrado. La velocidad con la que se suceden las cosas es de vértigo, y si además, sumamos un calor que te apuñala la espalda, hizo que un servidor se perdiera alguna de las virtudes de una maravillosa población –La Gruta de las Maravillas o el Museo del Jamón-, pero no impidió que confraternizara con los aracenenses o como me dijo un fotógrafo, los cebolleros, así que un txarnego, medio belloto, disfrutó más que un tonto con un palote, ese fin de semana.


Retardos en los transportes, más algún que otro descalabro de la compañía de aviación, perdiendo una maleta de uno de los músicos de The Nightcats, nos llevó a llegar bastante tarde al festival, eso sí, en muy buena compañía, Rick Estrin y los suyos, más el magnífico anfitrión que es Quique Gómez. Así que apenas aterrizas en el hotel, dejas las maletas, te ponen entre las manos una Cruzcampo y comienza la carrera contra reloj, presentar la master class de inicio del evento.

De entrada, fue una auténtica gozada ver la sala llena a rebosar y salvo algunos despistados al fondo del recinto, se mantuvo un silencio casi funerario para escuchar y disfrutar de una lección de historia de la música negra, a cargo de Quique Gómez. La catequesis iba desde los campos de algodón del Mississippi, con la música que sirvió para curar las heridas de la población esclava, hasta el blues de Chicago, terminando con una aportación musical de los dos Quique, Bonal a la guitarra y Gómez a la armónica y voz, que finalizó con un guiño gracioso y efectivo a Deep Purple.

Tras la asignatura impartida, se celebraba la presentación del Aracena Blues propiamente dicha, con todas las entradas agotadas en un jardín que nos regaló una temperatura nocturna, más que agradable. Un pequeño concierto de Greg Izor y su banda, más una jam session extensa y de gran calidad, sorprendiendo el gran número de participantes. Cerca de las 3 de la madrugada se plegaron las guitarras y recogieron las almas, hasta el día siguiente.

Apenas dio tiempo a levantarse, reconstituir el estómago, darse un baño rápido en la piscina y salir por patas al centro del pueblo, donde Choco’s Hot Seven, ya comenzaban a remover la parroquia y arrastrarlas hacia donde querían. Toda una sorpresa de esta numerosa banda de Street Blues, Jam Blues y música de New Orleans, que fueron realizando un pasacalles musical, con numerosas paradas definidas, y que congregaron a una abundante audiencia, parte de la cual se contagió del recorrido, como si del metro de Barcelona se tratara, en pleno mes de agosto, cuando ATM baja la frecuencia descortésmente y terminas viajando en un borreguero. Aquí, por el contrario, se viajaba de forma amplia y se disfrutaba de la música festiva de los Choco’s, eso sí, si abandonabas la zona de confort o eras empujado fuera de la sombra, el sol no era de justicia, pues era completamente injusto y torturador. Y lo digo con conocimiento de causa, pues me lleve de Aracena una bonita insolación, que me duró tres días.

El final de la rúa musical, se celebró a los pies del escenario, en el cual se celebró el concierto, en esta ocasión completo, de Greg Izor y su banda, formada por históricos del blues patrio; Fernando Torres al bajo, Juan de la Oliva a la batería, y Kid Carlos a la guitarra, mientras Greg cantaba y se encargaba de la armónica. Un gran concierto, arropados por los toldos que, estratégicamente colocados, no dejaron pasar al señor Lorenzo, aunque sí su calor. Tras el concierto, se apoderó del entarimado la estupenda gente de La Casa del Blues de Sevilla —colaborador de lujo del festival—, que organizaban otra jam session de gran longitud en el tiempo y estupenda calidad musical.

La noche se presentaba perfecta, con una bajada de las temperaturas que favorecía las ganas de pasarlo bien, con una plaza de toros, que, inteligentemente, había sido recubierta con césped artificial y un ambiente idílico para el blues.

Comenzaron la jornada nocturna Q & The Moonstones, desarrollando un set muy variado, en el cual el blues eléctrico se mezcló sabiamente con el soul, retoques jazzísticos de estupenda evolución y un homenaje al funk, que arengó al público de forma mágica, poniendo las cosas muy complicadas al resto de bandas. Decir que Q & The Moonstones presentó varios temas de su próximo álbum, el cual nos prometieron que sería muy variado, con un abanico de estilos muy diverso.

Era el turno de Rick Estrin & The NightCats, quien es, actualmente, uno de los grupos más solventes del panorama del rhythm and blues, con un show espectacular, con unos músicos de otra galaxia y un Estrin en estado de gracia permanente. La plaza de toros se vino abajo con su show, en el que no se limitaron a presentar su nuevo álbum, The Hits Keep Coming, y repasaron parte de su discografía. Hay que sumar al show que organiza Rick Estrin encima de un escenario, la maravilla de contar con un batería, Derrick “D’Mar” Martin, que es todo un espectáculo, cantando, saltando en su pedestal y que, no pudo remediarlo, abandonó su kit de percusión, para tocar las baquetas donde le parecía conveniente, la guitarra del genial Kid Andersen, el Hammond de Lorenzo Farrell, las torres de luces, el micro, la barrera del foso de fotógrafos, en fin, todo lo que se le antojaba. Un concierto espectacular de la banda, a la que ya habíamos visto en varias ocasiones, la última en la edición del año pasado del Bilbao Blues Festival.

Finalizaron la fiesta, ya de madrugada, Raphael Wressnig & Igor Prado Trio, fusión austriaco-brasileña-italiana, que descorchó las esencias del buen soul y funk, a base de grandes disertaciones de Hammond y guitarra eléctrica. A pesar de que el público menguó debido a la hora del concierto, el respetable vibró como el que más con sus peripecias musicales y sobre todo, cuando Igor Prado, se bajó del escenario y se dedicó a tocar la guitarra entre el personal, que no salía de su asombro, en un solo extremadamente largo, mientras su compañero Raphael Wressning, realizaba un interludio musical a modo de atmósfera sobre la que podían surfear las seis cuerdas.
A todas las bandas se les exigió el riguroso bis, que ejecutaron, pero a ellos, se les obligó a tocar más, porque es lo bueno de este festival, el público se quedó con ganas de más.

Fin de semana intenso, pero que valió la pena recorrer la Península para asistir a la consolidación de un festival, Aracena Blues, que ahora debe crecer y crecer, porque ya es toda una auténtica realidad. ¡Enhorabuena!

A modo de finiquito, os dejo un video realizado por la televisión local de Aracena —TeleAracena—, que es una perfecta crónica visual de lo vivido y disfrutado.
Texto y fotos: JLBad


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