
Tía Felipa Blues Reunion
Cal Pintxo
Festival de Blues de Cerdanyola
13.10.24
Era una cita ineludible para todos los aficionados al blues, que, en alguna ocasión, dejaron caer sus huesos en el mítico local de Cerdanyola, ya desaparecido, La Tía Felipa.
Un local, un bar, una sala, pueden desaparecer, pero cuando sus gentes, su valor humano y su gestión musical, ha sido intachable, entrañable y altruista, el espacio desaparece, pero el espíritu continúa. Ese es el caso del añorado Rocksound de Poble Nou, y por supuesto, de La Tía Felipa de Cerdanyola.
Pero, cómo es posible que un bar de «serrín y moscas», que diría Pepe Carvalho y posteriormente Jacinto Muñoz, dueño del local, se pudiera convertir en un templo del blues, no solo en Catalunya, en todo el reino, qué tenía ese antro de perdición, que atrajo a fieles de todos los rincones de este vasto país.

Pues la verdad es que no lo sé, qué quieren que les diga.
Era un bar normal, de los de toda la vida, de partida de dominó y cuatrola, de taxistas y camalics de cazalla o barretxa matutina, de obreros y oficinistas de café con leche y bocata traído de casa, o no, de diálogos de besugo con tres cañas de más a la tarde, de hermandad etílica a la noche, de historias de perdedores… Un bar de esos que te arropan, te comprenden o al menos lo intentan, y donde se saben tu nombre y tus gustos, en ocasiones mejor que en tu casa. Un bar de esos que saben que los problemas no se solucionan, pero se ven mejor con una caña bien tirada o un whisky con un hielo. Un bar de esos donde a cierta hora todo el mundo le parece guapo al resto de la parroquia, y donde se germinan relaciones, se destrozan otras, se disimulan infidelidades, mientras se aguanta la barra, para que no se caiga y monte un estropicio. Visto lo visto, ¿por qué era especial?

La cosa es que cuando llegaba en fin de semana, el local se transformaba, y mutaba a pequeña sala de conciertos, así, tal como suena. Un pequeño escenario al fondo, donde en otros sitios colocan una gigantesca pantalla de televisión, y se pasa una y otra vez el futbol, ellos la tapaban con una tela negra, siempre negra, con el nombre del local, a modo de telón de fondo, no se necesitaba nada más. Por aquel pequeño escalón de madera, seguramente fabricado por el propio personal del garito, han desfilado la flor y nata del blues nacional, así como grandes figuras internacionales: Big Mama Montse, The Suitcase Brothers, Chino, Lonesome Rendezblues, Txus Blues & José Bluefinger, Fede Aguado y Osi Martínez, A Contra Blues, Johnny Big Stone, Reginald Vilardell, Little Jordi, Wax & Boogie, Alan Bike, Edu Manazas, Juan Pau Cumellas, Miguel Talavera, Tha, Joan Ventosa, Tota Blues, Amadeu Casas, El Sobrino del Diablo, Sweet Marta, Predicador Ramírez, Julio Lobos, Balta Bordoy, Mingo Balaguer, Big Yu Yu, Blas Picón, Óscar Rabadán, Alex Guitar, Sister Marion, Victor Uris, Susan Santos, Vicky Luna & Quique Bonal, José Luis Pardo, Smoking Stones, Nathan James, De Ferre y muchos más que me dejo en el tintero.

Pero de todos es sabido, que el blues debe de estar acompañado del buen yantar, y la buena ingesta de caldos adecuados. Qué sería del blues sin esos dos factores, seguramente poca cosa, pero en La Felipa, estaba Ainoa «Sin Ache», detrás de los fogones, y es otro de los factores importantes de este templo. Quién no ha estado en un concierto, un sábado cualquiera, y al terminar su caldo en la barra, ver que la persiana se había bajado, por lo que estabas castigado a sentarse en una mesa larguísima y comer con músicos y la peña de La Tribu, los incondicionales del local, que igual sirven para un roto o un descosido. Allí la tertulia se puede alargar eternamente, y superar con creces la duración de las viandas fabricadas por la auténtica jefa del local, no vayamos a engañarnos más. No me voy a extender y hablar de otras muchas actividades que se realizaron desde La Tía Felipa, como el maravilloso y añorado Butifarra Blues, festival donde mis hijas escucharon por primera vez esta música tan maravillosa. Y hablando de hijas, muchos imberbes crecieron a la sombra de La Tía Felipa, churumbeles de músicos, aficionados, allegados, valga como claro ejemplo, Ander, que de ser objeto de más de un pescozón merecido, se ha convertido en un estupendo músico y mejor persona. Tampoco me quiero olvidar de Evelio, eterno escudero, que te daba conversación, con una cerveza fría, y realizaba manualidades con hilos y clavos, que decoraban el local y el comedor de más de uno que yo me sé.
Este domingo se celebró el concierto de la Tía Felipa Blues Reunion, una fiesta al amparo de Cal Pintxo, local entrañable, que parece haber cogido el testigo de La Felipa, y organiza conciertos siempre que puede.
Por el entarimado del domingo pasaron muchos de los músicos que actuaron en La Felipa, pero creo que lo más importante, fue que nos juntamos mucha clientela del bar, aquellos que quizás no sabemos o recordamos nuestros nombres, pero que nos saludamos con miedo a equivocarnos, los otros, son los amigos que germinamos en La Tía Felipa y que has ido cuidando de festival en festival, quizás no los ves en Cerdanyola, solo una sola vez al año, pero te los encuentras por el territorio nacional, allá donde hay blues, buen beber y mejor yantar. Gente que ha pasado a ser parte de tu historia, y que dure.

También se presentó el libro la Tía Felipa, El Templo del Blues, un recuerdo-homenaje al bar que siendo de «serrín y moscas» —nunca las vi—, nos acogió, amamantó, y nos regó el espíritu y el alma de blues.
No quisiera cerrar este artículo, sin apuntar que en los peores tiempos del Festival de Blues de Cerdanyola, cuando ya corría el rumor que desaparecía, y eso, amigos míos, con la ignorancia supina de nuestros políticos, hubiera sido el fin, La Tía Felipa y su Tribu, se echaron el festi a la chepa y lo salvaron, como Satanás y San Muddy Waters mandan. Como es más cierto que el sol sale cada día y se pone por la noche, que el Primavera In Black de L’Hospitalet, al otro extremo, no sería lo mismo sin su ayuda desde el primer momento, hasta el día de hoy, que siguen estando presentes.
Es ahora y no antes, cuando puedes comprender como este bar, se transformó en un Templo del Blues, aunque hay cosas que jamás sería capaz de explicar y que solo conocemos los asiduos de La Felipa. Aquellos que el domingo, arrastraban su nostalgia ahogada en cerveza y conspiraban con levantar una nueva Felipa con la ayuda de todos. Utopías en un mundo cada vez más distópico.

Un local, un bar, una sala, pueden desaparecer, pero cuando sus gentes, su valor humano y su gestión musical, ha sido intachable, entrañable y altruista, el espacio desaparece, pero el espíritu continúa.
¡Tía Felipa Forever! ¡Manda cojones!
Texto y fotos: JLBad


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