Cantes Malditos
El Molino
, Barcelona
2.11.24

Llegar al defenestrado Paral·lel y ver que la fachada de El Molino está iluminada y vuelven a girar sus aspas en la noche barcelonesa, es una verdadera alegría. Jamás volverá a tener el esplendor de los años de la Barcelona bohemia y canalla. Aquel que en un principio se llamó La Pajarera, por parecer un nido de golondrinas errantes, para pasarse a llamar más tarde Petit Moulin Rouge, intentando emular el centro de transgresión parisino. Sucumbiendo, cuando llegaron los tiempos del gallego cabrón, a la nueva y poco gloriosa España, donde nada podía ser rojo, por lo que sufrió la amputación por la que se le conoció a partir de entonces.

Sin embargo, El Molino, supo nadar y guardar la ropa, buscando fórmulas inteligentes por las que franquear la censura del golpista, a base de carne generosa, chistes inteligentemente pecaminosos y música supuestamente inocente, pero subversiva. El Molino, durante muchos años de oscuridad, fue ese oasis donde una teta sin pezón, te recordaba que en este país, durante un tiempo negado y asesinado, gozó de libertad.


Si ver El Molino girando de nuevo, es una verdadera gozada, no lo fue menos entrar en la sala, pequeña, acogedora, donde las cosas se juegan en las distancias cortas, sin espacio de trampa ni cartón. Acomodados en un sofá a pocos metros del escenario, incluso estando en la última fila de la sala; con un entarimado no muy amplio y alto, para facilitar la visión a los pisos superiores, que esa noche de sábado no se habilitaron.

Poco se hizo de rogar la presencia del grupo que, siguiendo la tradición del quebrantamiento de lo establecido, nos iba a sorprender con una veraz fusión de flamenco y blues, o blues y flamenco, si lo prefieres.
Cantes Malditos demuestra esa frase tan manida de «el blues y el flamenco se tocan», que desborda la boca de aficionados, pero que la dignifica, clarifica y le imprime el sello de autenticidad. No se trata del mismo lenguaje, pero es posible que en el fondo de la cuestión, todas las músicas de raíz, tengan un pliegue común o cercano y Pedro de Dios —guitarra y voz de Guadalupe Plata y Pelomono— y Antonio Fernández —cantaor flamenco—, han sabido encontrarlo y unificarlo. Pedro con las cuerdas de su guitarra y Antonio con sus cuerdas vocales.

Parcos en palabras, prácticamente ninguna, aposentados en primera fila de escenario, y protegidos en los laterales por Antonio Pelomono a la batería y José Sánchez «La Josefa» al bajo, nos deleitaron con una hora de magia, en lo que fue una noche para enmarcar, sintiéndonos, el equipo de Bad Music, como insurgentes privilegiados, chafardeando algo único, auténtico, oscuro y maravilloso.


Una propuesta musical muy intimista, basada en un flamenco jondo y un blues pantanoso, pero donde hay un tercer punto inamovible y tan importante o más de las músicas ancestrales, la muerte.
Todo lo que rodea el universo de Cantes Malditos, se mueve en torno al mundo oscuro de la parca, cosmos que Pedro de Dios explora tan bien con Guadalupe Plata. Cánticos de muerte, saetas paganas, coches de muertos, cementerios, enterradores, dolor y almas en pena, colocados en un sarcófago de poco más de una hora, que supo a poco, muy poco.

El trabajo de Pedro de Dios es extraordinario, en momentos llegas a sufrir al ver como martiriza su guitarra, descuartizándola a base de trémolo, lo que carga el ambiente de suspense, intriga, pasión e incluso desasosiego y misterio. No se contenta con atizar vibraciones con la palanquita, es que juguetea golpeando, arañando, acariciando, el mástil por su trasera, para obtener vibraciones que en ocasiones alcanzan la categoría de fantasmagóricas. Sobre esa ambientación fúnebre, la voz de Antonio Fernández resurge desde el fondo de la penumbra, te despelleja y le da la vuelta a tu piel. Siempre retirado del micro, jugando con las dinámicas y controlando su propio trémolo, con la mano en el pecho, dosificando la pasión que transmite.


La entrada de la batería, en ocasiones, te sobresalta y expulsa del ensimismamiento en el que te encuentras, y acompañada del bajo, eleva la música a una dimensión que acelera el ritmo cardiaco del oyente. El quejío se mezcla con el arpegio pentatónico, el requiebro llora junto al slide, Albaicín se parece a Greenwood, el Mississippi se mezcla con el Darro y la sangre afroamericana brota igual que la granadina, colorada y caliente.
Tan solo tienen un álbum grabado, de escucha obligada, es probable que sonaran todos los temas, pero no podría asegurarlo, por lo absorto que estuve durante todo el recital. Sí que pude identificar «Fandango del coche fúnebre», «Yo quisiera renegar», «La muerte no me quiere», «Al infierno que te vayas» y en especial, la colosal versión de «La hija de Juan Simón», donde una lágrima estuvo al borde del precipicio.

Tal como llegaron se fueron, como una Santa Compaña, aparecieron en el horizonte del escenario, presagiaron y anunciaron muerte y se marcharon en la lejanía, dejándonos el corazón compungido y el alma quebrantada.

Al finalizar, pudimos hablar con Víctor Partido, director de El Molino, músico de la banda Riders On The Canyon y director artístico del festival Altaveu, quien nos confirmó que la programación de la sala, «Intentará conseguir pequeños espectáculos que sean de una calidad excepcional. No podemos competir con otras salas, ni lo pretendemos, pero sí que podemos provocar noches especiales».
Enhorabuena por la puesta en marcha de El Molino, y porque en su segunda noche, lograron con creces dibujar el objetivo buscado. Una noche para enmarcar y no olvidar en mucho tiempo.
Bad Music


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2 respuestas a “EL MOLINO GIRA A RITMO DE FLAMENCO BLUES”

  1. […] No en vano, el segundo día de apertura, Bad Music, pudo cubrir el extraordinario recital de Cantes Malditos, donde el cantaor flamenco Antonio Fernández, realizaba una fusión bastarda con Pedro de Dios, […]

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  2. […] público interesado y tiene derecho a disfrutarlo. He podido asistir a dos conciertos en El Molino, Cantes Malditos y Sax Jamaica Explosion, dos actuaciones maravillosas en un marco de club incomparable, todo un […]

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