
Los Zigarros
Razzmatazz
28.12.24
En este año que estamos a punto de mandar a la mierda, Los Zigarros han visitado tres veces Barcelona. La primera, el sábado 13 de enero, en la sala grande de Razzmatazz, la segunda, el sábado 18 de mayo, en la Pl. Agricultura de Sant Boi —sí, la periferia existe—, mientras que esta tercera es la que nos ocupa.
Afortunadamente, la vida de este reportero tribulete es muy ajetreada, aunque por desgracia, todavía no he aprendido a mutar en fotocopias, por lo que en su primera visita, me encontraba cubriendo un festival de metal extremo en La Capsa de El Prat, mientras que en la segunda, hacía lo propio con doblete de rock psicodélico en Upload.
Entonces, me pregunto ¿qué demonios hago yo aquí?, sobre todo por la gran oferta de música en directo de este final de año. Sencillo, mis únicas referencias con Los Zigarros, se remontan al concierto del Estadi Olímpic de Montjuic, teloneando a los Stones —siempre serán los Rolling— y un alejado show en Salamandra, en un post verbenero 24 de junio de hace cuatro años; había que actualizarse, era necesario.

Y visto lo visto, salgo de la rehabilitación sonora, con la memoria RAM agotada y el disco duro a reventar; menuda noche de rock and roll de verdad, de ese que no está de moda, del que enseña las guitarras, igual que un gato cabreado las uñas, del que va directo a la vena, del que me gusta.
A pesar de que tras el concierto de Los Rebeldes en Apolo, mi cuerpo entró en la más triste de las miserias físicas, me armé de valor, me vestí de cebolla urbanita, me autoconvencí que no iba a probar cerveza alguna, ni nada más frío que mi nariz, y a sudar al Razz. Con una sala prácticamente llena de un público entregado a la ceremonia y curiosamente, en un porcentaje más que alto, son carne de esa cadena de radio que la banda refleja perfectamente en «Apaga la radio», y con una selección musical de lujo —Tom Petty, Thin Lizzy, Neil Young…—, que la sala mantuvo en un enfermizo e incomprensible nivel bajo cero, se alcanzó la hora de inicio.

Los valencianos se acomodaron en el escenario, bajo un manto azulado que distorsionaba las figuras y sobre un ensordecedor aplauso y griterío que apagó el saludo, y que no terminó cuando se abrió el chiquero y salió desbocado el búfalo que no tenía intención de ser domado.
De entrada, cuatro temas a piñón. «Suena Rock & Roll», agrío, sucio, con guitarras a máximo volumen y un pie de bombo que te daba patadas en el hígado. Como de una trempera matutina, se empalman los riffs de la versión de The Flying Rebollos, «Mis Amigos», ¡joder!, qué energía. Sin pausa cae «Con solo un movimiento», más boogie rock que el álbum, más vacilona y chulesca, mejor. Y cuando todavía no habíamos puesto los pies en el suelo, «Acantilados», uno de los mejores cortes del disco homónimo. El pecho me avisa que estás chungo y que a este ritmo no aguantas… ¡Que le den por culo al pulmón, la garganta y a todo el que se interponga!

Los hermanos Tormo saben mucho de rock and roll, desde aquellos tiempos de Los Perros del Boogie, ha caído sobre sus venas mucho blues, honky y rock. Son el foco de atención, sobre todo Ovidi, que se conoce todos los tics de una rockstar y en menos de tres canciones ha identificado los síntomas, descubierto el diagnóstico y ejecutado el tratamiento, mientras que Álvaro, esquinado a la izquierda en segundo plano, coloca unas guitarras de quitarse el cráneo, que si no focalizas la atención en la visión, pueden parecer sencillas, pero ¡anda la ostia! Rebuscadas que da gusto.
Un «Bona Nit», Ovidi lanza su gorro de lana al público —seguro que corrió la sangre u otros líquidos o efluvios varios— y al lío, que esto va para largo.
Aquí me detengo para hacer una reflexión muy particular, con la que seguramente muy pocos deben estar de acuerdo, por eso advierto que se puede herir la sensibilidad de los poco ilustrados en la disidencia y sí eruditos en la liturgia de supermercado. Para mí, hubo tres conciertos diferentes dentro del show, y de momento nos encontramos en el primero, «El rock and roll cura la tontería».

Menuda batería de proyectiles soltaron de golpe, «Rock rápido», «Cayendo por el agujero», «Odiar me gusta», el sunami de «Resaca», una las canciones que más trempera tiene del rock nacional de este siglo, «Voy a bailar encima de ti», «Mi rock perdido» del último disco, Directo desde el Estudio Uno, y dejarnos exhaustos con «No Pain No Gain»… Así no hay bicho viviente que llegue entero al final del bolo, hemos quemado más calorías que en una semana de gimnasio… bueno no, que la cerveza las suple.
Pero hasta aquí llega el primero de los tres conciertos que os decía, para aposentarnos irremediablemente en el segundo, donde aquel teclado que estaba aburrido y solitario, en el primer plano del escenario, fue mimado, acariciado y se vino arriba, ejerciendo de protagonista.

Segundo de los conciertos, al que denominaremos de forma cariñosa y con mucho respeto, «Cuánto daño ha hecho Leiva», como no podría ser de otra manera.
Aquí se colocan la mayor parte de los temas de Acantilados, los que van de cabeza al pop, esos que me producen una distopía cerebro-público, dándome cuenta de que estoy completamente desfasado, y no lo digo porque me guste muchísimo más, pero vamos, una barbaridad, Carlos Raya como productor, es que estos temas, dentro de su largo y magnífico arsenal, me dicen muy poco. Sin embargo, la peña se vuelve loca de remate y las canta hasta rabiar, hacen la ola, levantan los brazos, con móviles y sin ellos; todo el mundo a mi alrededor está levitando, siendo yo el único que aprovecha para descansar, pues presiento que es la calma que precede a la tempestad… la gorda.

Y así se produjo una tercera parte infernal, que llamaremos «El rock and roll cura la tontería (Remake)», rock & boogie grasiento y sangrante, que nos llevó al final del show. Con una banda que hace de un escenario tan grande como el de Razz, uno pequeño. Que no utiliza argumentos modernos, comerciales, o supuestamente necesarios, para llevarnos a todos al limbo, porque lo hacen a base de guitarras asesinas, con un bajo omnipresente —Nacho Tamarit— que sabe cuando debe saltarse las normas y adentrarse en el funk o cuando marcar los raíles por los que la locomotora va a alcanzar la alta velocidad. Todo ello en base de la madera, más madera, que va echando al motor Adrián Ribes, con ese bombo perforador que todavía siento en mi interior.
La sala enloquecida, bailes por todos lados, cerveza volando, que beber no bebí, pero que me lleve cerveza a casa, os lo puedo asegurar, yo y mi lavadora. Otra vez de empalmada, porque hoy no va a ser la noche de que te hablé, pero estos valencianos han llegado para tocar rock and roll en la plaza del pueblo, y esta ciudad no es Madrid, pero también es una mierda, porque aquí ni las ratas viven.
«Malas decisiones» y un fantástico «Dispárame/My Generation/Disparame», que nos dejó moribundos, pero con ganas de un disparo certero que nos atravesara el corazón.

Y lo hicieron, tan solo se retiraron para rellenar el tambor del revólver con tres proyectiles 9 mm de plata, que eliminaron cualquier resistencia. «Hablar, hablar, hablar», «Dentro de la ley» y «¿Qué demonios hago yo aquí?», fue el perfecto epitafio de una auténtica noche de rock and roll.
Una hora y tres cuartos de actuación, con una banda solvente, generosa, agresiva y complaciente, que supo mostrarse agradecida, con un público que se dejó las tripas en el Razz, y no tuvo tiempo de buscarlas, ya que les echaron para comenzar cuanto antes la noche de discoteca. Y es que tras una velada gloriosa de rock como la vivida, no hay que perder el norte y tener las cosas claras: el rock no está de moda ni lo estará —por fortuna—, molesta y solo sirve para llenar las salas en horarios que no son de discoteca, luego vuelve a molestar, estorba. Una noche de auténtico boogie rock como la de esta noche, no cambia la realidad, siempre estarán las cadenas de radio que no hablan de la banda que llena La Riviera, pero no debes apagar la radio, porque este país está lleno de francotiradores que desde lo alto de las catacumbas, disparan balas de rock and roll… y no miro a nadie.
Una noche como está, lo único que consigue es curarte el alma y ensancharte el espíritu, pero cuando termina, sales a la calle y todo sigue siendo gélido y la ciudad sigue con su insufrible y hediondo tufo a modernidad trasnochada…
It’s olny rock’n’roll (sin solución).
Texto y fotos: JLBad /BM


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