Todavía era un imberbe mancebo, con la cara llena de granos y la azotea repleta de sueños de hermandad y demás «planfetadas hippiosas», cuando mi mejor amigo me convenció en viajar hasta los confines del universo, Badalona, para asistir a un concierto de blues. Ya había podido ver tres meses antes a Eric Clapton en el Palau dels Esports de Barcelona, así que ni me lo pensé, y creo recordar que por 600 pts., asistimos en el antiguo Pabellón del Juventut de Badalona, al concierto de un tal Rory Gallagher, presentado por los programas de radio Al 1000 X 1000 y El Clan de la 1.
Aquello directamente me reventó la cabeza, cerca de tresmil seres enloquecidos por la actuación de un extraterrestre, un guitarrista poseído por el Diablo, completamente majara y que se parecía más a un músico de punk que al citado Eric Clapton. Con un formato de banda llevado a la mínima expresión, batería, bajo y él, destrozó todos los esquemas que me había creado del blues blanco británico. Comencé, como muchos otros, escuchando a los Bluesbreakers de John Mayall y Eric Clapton, más toda la jauría de bandas que llegaron después, poco de blues negro por aquella época. Sí, mis conocimientos eran pobres todavía, pero suficientes para tener la sensación de que lo visto no era estrictamente blues, que iba mucho más allá. Incluso mis compañeros, mayores que yo, se sorprendieron de la agresividad y contundencia del show.


Desde ese día, 27 de febrero de 1979, este reportero tribulete, claudicó ante tal músico, y desde entonces no he parado de sorprenderme al escuchar su música. No encuentro nada en su discografía que me haya defraudado o simplemente, dejado indiferente, y su música, junto a la de Pink Floyd —extremos diferentes—, es la que más ha marcado mis gustos musicales y lo que pido a una banda encima del escenario, aspecto este que me ha llevado a bastantes decepciones en directo.

Podría escribir un decálogo incompleto sobre Rory Gallagher, de su idiosincrasia tímida, introvertida, depresiva o excluyente, fuera del escenario; de su temperamento obsesivo, desenfrenado, casi religioso encima del entarimado, de su afición a la cerveza, de su fijación por la novela negra. Sobre un músico complejo e inmenso, que nos abandonó muy joven —47 años—, llevándose con él, el frasco de las esencias, y que paso por este mundo como una estrella fugaz para cambiándolo todo.
Hoy me quiero centrar en una época en concreto, aquella en la que el mundo de la música recibió un tremendo puñetazo llamado punk, al que todos odiaron, pocos se pudieron defender y menos lo comprendieron, pues les obligaba a salir de su zona de confort, donde estaban anquilosados en tronos de royalties y fama, que se tambalearon. Gallagher, como tantos otros, descubrió el punk, pero lejos de asustarse y esconderse o atacarlo, supo leer entre líneas, comprenderlo y transformar su música, creando una trilogía de discos que cambiaron el concepto del blues rock.


En 1976, Rory Gallagher estaba en lo más alto de su carrera, músico respetado por la crítica y compañeros de profesión, con una legión de incondicionales fans que lo seguían religiosamente en sus giras, con una adoración similar a los Deadhead. Había publicado seis discos en estudio: Rory Gallagher y Deuce en 1971, Blueprint y Tattoo en 1973, Againts The Grain en 1975 y Calling Card en 1976. Una discografía espectacular, digna de un completo dinosaurio del panorama musical de los setenta.
Pero por si eso fuera poco, nos había regalado dos joyas en directo, el sorpresivo Live In Europe de 1972, más el estratosférico Irish Tour’74, quizás, el legado más importante que nos dejó.
La banda formada por Lou Martin a los teclados, en la batería Rod de’Ath, y su fiel escudero, Gerry McAvoy al bajo, estaba dando lo mejor de sí, tanto en estudio como en directo; en numerosas ocasiones las dos cosas se juntaban y Gallagher grababa tras los conciertos, pues pensaba que era una forma de capturar la energía que les proporcionaba el derroche de adrenalina del show. Con esa forma de trabajar se adentraron en el 77, año del estallido punk, que parecía no tener consecuencias importantes en su trayectoria, pues tras ser cabeza de cartel del primer gran festival al aire libre en Irlanda, Macroom Mountain Dew Festival, en junio de 1977, Gallagher se lanzó a un tour mundial de seis meses, que comenzaba en el Montreux Jazz Festival, pasando por Alemania, Belgica, Francia, terminando con una decena de conciertos en Japón. Una gira que se cerró con un tremendo éxito, superando las anteriores.

A principio del 78 la banda se instaló en San Francisco, para grabar su nuevo disco en estudio a las órdenes de Elliot Mazer (Janis Joplin, The Band, Neil Young), en lo que sería una progresión continuada de sus anteriores discos. A Rory Gallagher le comenzó a poseer la sensación de que aquella corriente musical que tanto odiaban las jerarquías eclesiásticas del blues y el rock and roll, tenía algo nuevo que aportar. Discos como Never Mind The Bollocks. Here’s The Sex Pistols, Rocket To Russia de Ramones, L.A.M.F de Johnny Thunders & The Heartbreakers, The Clash o Damned Damned Dajmned, todos ellos de 1977, escondían algo que probablemente se estaba perdiendo en la música, energía, fuerza motriz, rabia, adrenalina, esencias que Gallagher mostraba en directo, pero que no conseguía reflejar en sus discos. Dicen las malas lenguas, que el detonante en su cabeza explotó, al asistir al último concierto de los Sex Pistols en Estados Unidos, en el Winterland Ballroom de San Francisco, en enero de 1978.


Rory Gallagher abandonó el estudio de grabación, cuando las sesiones del nuevo álbum estaban prácticamente completadas, agotado de las tediosas jornadas de mezclas, que retumbaban en su cabeza como algo flojo, que pertenecía más al pasado que al presente que quería escribir con su música.

Esas grabaciones se publicaron en el año 2011, bajo el título de Notes From San Francisco, bajo la supervisión de su hermano Dónal Gallagher.

Rory desmontó la banda, y desechó el máster de grabación, lo que le provocó un tremendo conflicto con la compañía discográfica, que esperaba un nuevo álbum para explotar el éxito de la gira, sobre todo en Japón, un mercado descomunal. No era un hombre muy dado a negociaciones y mucho menos con su música, así que siguió con su taciturna idea. Para más inri, en aquellos días de pugna con la compañía, tuvo un accidente, pillándose un dedo pulgar con la puerta de un taxi; hecho que terminó por resolver la situación, desechando trabajar con Elliott Mazer y abandonando San Francisco. Años más tarde se supo que la discográfica tenía impresas copias del álbum, que tuvieron que ser destruidas. Gallagher declaró que el cambio no había sido ni por las canciones ni por los músicos, simplemente no era el momento para aquello.

Se instaló en Colonia, Alemania, reformando la banda en formato power-trio, con su compañero de batallas, Gerry McAvoy al bajo, más la incorporación de Ted McKenna, excepcional batería en The Sensational Aleix Harvey Band, y tomo los mandos de la producción. Se volvieron a grabar algunos de los temas ya finiquitados en San Francisco, y si se comparan las dos grabaciones se nota un cambio importante en los mismos. El disco se terminó en escasos diez días, no por la urgente necesidad de entregar el material a la compañía en la fecha límite, como se hizo, fue más bien por la obsesión del guitarrista de crear la sensación de inmediatez, frescura, fuerza y rapidez. Todo ello se refleja en el nombre del álbum, Photo-Finist, así como en la fotografía de la portada, de Gary Heery, donde aparecen tres imágenes de Rory superpuestas, dando la impresión de que el objetivo de la cámara, no ha sabido congelar la imagen del guitarrista debido a la velocidad del músico.


Con Gerry McAvoy y Ted McKenna, la música de Rory Gallagher brotó de nuevo con una visceralidad descomunal, en algunos países Photo-Finish llevaba la etiqueta Hard Rock. Con el cambio provocado en su cabeza, en plena explosión punk, se publicaron tres discos con esta formación, que abrió el camino que presidió toda su andadura posterior. Tres álbumes donde podemos encontrar la cara más enérgica de Gallagher. No estoy diciendo que sea la mejor etapa del músico irlandés, pero si marcó un antes y un después.

Photo-Finish
Editado en octubre de 1978
Tal y como he comentado, es posiblemente el álbum más costoso de grabar para Rory Gallagher, pero significo un cambio en su música. En el disco ganan presencia los temas de claro rock and roll, fuertes, rápidos, dejando de lado las baladas y medios tiempos más blues, que antaño tenían más protagonismo. Vuelve a estar marcado por su afición a la novela negra, con temas claramente extraídos de algunos clásicos del género. El trío de músicos se lanzó a una gira de doscientos conciertos, siendo la tercera visita a nuestro país, con cuatro conciertos: Irún, Badalona —concierto del que hablaba al principio—, San Sebastián y Madrid.


Top Priority
Editado en septiembre de 1979
Para muchos es el mejor disco en estudio de Rory Gallagher. Posee una lista de temas que fueron de obligada interpretación en directo desde antes de su publicación. La fuerza inusitada de temas como «Follow Me», «Philby», «Wayward Chilkd», «At The Depot», «Just Hit Town» o «The Watcher», definen este álbum como el más duro de la carrera del irlandés, abriendo un nuevo concepto del blues rock que ha marcado a numerosas generaciones de músicos posteriores. Es complicado encontrar bandas de hard rock, con marcada influencia del blues y que no hayan reflejado enseñanzas de este insuperable disco. Personalmente, lo considero la biblia del blues rock o rock blues, donde se encuentran las bases del estilo. Influencias de novela negra marcadas en «Public Enemy NO.1» y «Hell Cat». De obligada escucha para cualquier melómano, avanzado a su tiempo.

Stage Struck. Recorder Live
Editado en noviembre de 1980

Significa el final de esta estupenda etapa de solo cuatro años, de 1978 a 1981. Ya contaba con dos álbumes en vivo, como hemos podido ver, pero este disco refleja perfectamente la visceralidad de esta época. Un disco en el cual pocas bandas de la época pueden mirar de tú a tú, con el trio formado por Gallagher, McAvoy y McKenna, un huracan de blues-rock-hard que jamás se volvió a repetir.
Rory, volvió a reformar la banda, siguiendo con McAvoy al bajo, a la batería Brendan O’Neill, la inclusión de nuevo de un teclista, Bob Andrews, y la novedad de un saxo, Dick Parry, soplador incansable en el Dark Side Of The Moon de Pink Floyd —mis giustos extremos se juntan—. Con esa formación siguió haciendo historia, pero esa es otra narración que quizás abordemos un día.

Este mes de enero, comienza una gira del grupo Band Of Friends, donde militan Gerry McAvoy, bajista y compañero de Rory Gallagher entre 1971 y 1991, Brendan O’Neill, batería de la última década de Gallagher, más los músicos Davy Knowles y David Cowan. Una estupenda oportunidad de disfrutar del legado del maestro Rory Gallagher. Nos vemos en sus conciertos.
JLBad


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