THE REVEREND SHAWN AMOS
Sala Laut
, Barcelona
6.03.24

Primera vez que me presentaba en un concierto de la sala Laut y ciertamente fue una visita acertada. Primero de todo porque me encantó la sala, con buena visibilidad, muy buen sonido y una capacidad perfecta para los conciertos que me agradan, los de cercanía músicos – público. Quizás el apunte del agobio que produce que el humo lo lancen desde el público, no desde el escenario, supongo que debido a que no deja de ser una discoteca y a la peña le debe molar, a mí me asquea. Una estupenda sala, sí señor.

Dicho esto, vamos a por faena, uno de los conciertos más interesantes de música negra, que se han programado en lo que llevamos de año, sin embargo, no llego a comprender dónde está el error. No es de recibo, que una ciudad como Barcelona, que se jacta de tener una más que nutrida parroquia, amante de la música negra, no consiguiera abarrotar una sala con una capacidad de unas doscientas personas, y que nos quedáramos con el paupérrimo aforo de cuarenta y dos personas. Es algo que se escapa de mi entendimiento. Bien es cierto, que estamos muy malacostumbrados a que la música negra deba de ser gratuita, y flaco favor le hemos hecho, por otro lado, está el componente corporativo, de ver siempre a los mismos, en los mismos sitios… colegeo musical, que no aporta nada más que monotonía y estancamiento, nunca crecimiento. Pues lo dicho, a quince euros la entrada y en un día sin competencia, no se alcanzó el medio centenar de privilegiados que, habituales a los conciertos de rock, me hace meditar sobre la desconexión existente entre las parroquias rockera y blusera.

The Reverend Shawn Amos, salió al pequeño escenario de Laut, tras una breve introducción, muy rockera, de su banda, con su look campestre, su maletín de harmónicas y su gorro de punto de lana, del que no se desprendió en todo el show. Fue llegar y besar el santo, que decía mi abuela, porque en las dos primeras estrofas se metió al poco público en los bolsillos y no le dejó salir hasta el final de la actuación, eso sí, desgañitándose para pedir un segundo bis, que la música de la sala amputó por la tangente. Vaya monstruo, tuvimos la suerte de presenciar en su hábitat natural, un escenario. Lo de este hombre es para darle de comer aparte. Se le podría calificar, sin miedo a equivocarse, como arqueólogo musical de la música afroamericana, sin etiquetas, con la grandiosa amplitud que define la misma. Como muestra, no un botón, una cremallera. La serie de Kitchen Table Blues, de noventa episodios en YouTube, que son una lección de historia musical.

Lo mismo que os recomiendo los pódcast The Cause Of It All, que son un complemento al álbum del mismo nombre, donde habla con descendientes de músicos a los que rinde homenaje, todos ellos dedicados a la música profesionalmente, que reflexionan cómo hacerse un nombre, cuando la losa de tu padre o abuelo no te deja crecer. Cuatro episodios interesantísimos: Alex Dixon (nieto de Willie Dixon), Zakiya Hooker (hija de John Lee Hooker), Vaneese Thomas (hija de Rufus Thomas) y John Paul Hammond (hijo de John Hammond). Con este curriculum y su extensa discografía, no me vengan con mandangas y remilgos, sobre lo variado de su sonido, la falta de definición o demás argumentos de pseudo intelectual de barra de bar trasnochada.

Precisamente el concierto del pasado miércoles fue eso, una exposición de sonidos, que todos ellos, sin excepción, configuran una maravillosa velada de música negra. Desde el soul más suave de «Sometimes i Wonder» o la grandiosa «Everybody Wants To Be My Friends», a las dosis adecuadas de espirituales como «Back To The Beginning» y la grandiosa «Days Of Depression». Gallina de piel, oiga.
Naturalmente que el blues estuvo presente en casi todo el concierto, pero hay que entenderlo como una definición muy amplia, que puede derribar las barreras mentales, que solo algunos eruditos se planifican y construyen en su mente. Por eso «Good Morning, Schoolgirl» suena tan diferente a «Still A Fool», siendo sendos blues que desgarran la mente, afortunadamente para algunos. Es que incluso se permitió un semi rap en uno de los temas, que al fin y al cabo, es música negra.

Era bastante sencillo encontrar caras cómplices entre tanta abundancia de público, nos cruzábamos las miradas, Manuel López Poy, Manel Celeiro y un servidor, dejando claro con un golpe de cuello que éramos unos afortunados, y sé que suena mal, ya lo creo, pero estar con tan poco público era una gozada. La banda que le acompañaba y que estaba anunciada como sus The Brotherhood, había mutado para la gira europea, con Ethan Pecha al bajo y Zach McCoy en la batería, más el joven JT Loux a la guitarra, con un sonido muy cercano a Gary Moore, que dotaba a los temas de una tonalidad rockera, aunque respetuosa con el medio ambiente. De esta forma sonaron fuertes y contundentes, clásicos negroides, el archiconocido «Spoonful», el no menos acreditado «I’m Ready», junto a otros de cosecha propia como «Boogie», «Revelation» o «Hold Back».

Terminó el bolo y salimos a la intemperie con el alma bien curada, por un exorcismo a mitad de semana que te arregla el cuerpo y el alma. Algunos con la sensación de haber asistido al mejor concierto de música negra de este, primer trimestre del año. El reverendo nos dio su sermón y lo acogimos con dicha, lástima que él, como otros muchos, vengan a predicar a una ciudad sorda.
Texto y fotos: JLBad


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