THE WIZARDS
SATURNA
Sala Upload

4.05.24

Casi sin tiempo de recuperarnos del maratón de YES, subíamos a la montaña de Montjuic, sorteando guiris rojos como langostinos, vendedores de luces que vuelan y te pueden sacar un ojo, o los dos, lateros sacando la mercancía de alcantarillas una vez que han pasado los pitufos y, parejas de enamorados que van haciendo eses y contando racholas. Teníamos una cita, diferente a la del día de ayer, pues se trataba de un aquelarre en toda regla, a base de rock contundente, decibelios y ceremonia pagana.

Formales y en punto, como dicen que hacen los ingleses, menos cuando están de turismo por aquí, comenzaron Saturna, sin la sala llena, pues el público no está acostumbrado a leerse los comunicados de los promotores y parecen desconocedores de las premuras que le entran a las salas, por vaciar al público rockero y recibir al exclusivo del chunda-chunda.


De esta guisa sonaron las primeras notas de «The Never Ending Star», con una banda que de entrada se nos presentaba más acoplada y definida que en la sala Wolf, el pasado enero. El disco está rodado y la banda más unida, con un Max Eriksson que ahora sí que se desenvuelve como pez en el agua, demostrando esa conexión con los intercambios de solos de guitarra del primer tema. «Barcelona, ¿Cómo estáis?», preguntó James Vieco, lo que me hizo pensar que la ciudad está hecha una puta mierda, pero yo estaba de muerte, donde quería y debía estar.
«On Fire» y «A Way To Reset», dejó paso a la primera taquicardia de la noche, «December’s Dust», un tema donde bajan la presión y se reivindica la voz de Vieco, que como decía un amigo, «Qué asco, pelo largo, toca la guitarra y encima sabe cantar, qué asco». Lo que comenzó a estar muy presente en mi cabeza, demasiado, es que el sonido era muy bajo, limpio, eso sí, pero le faltaba chicha, mucha chicha. Algo que volvía a constatar cuando dos temas más allá, «Your Whimsical Selfishness», ese gran tema, que invita al desenfreno, carecía del volumen adecuado.

Podría ser una percepción mía, pero no, a pesar de mi deterioro auditivo, se podía escuchar alto y claro, en toda la sala, el repicar de palmas de un heavy que estaba alucinando en primera fila y eso, queridos, no es de recibo. Incluso la banda, con suma educación, eso sí, le llamó dos veces la atención, la segunda, asegurando que incluso les sacaba del tempo, porque el divertido personaje padecía, igual que yo, de la falta de ritmo en el cuerpo. Vamos, que no era un concierto de habaneras en Cadaqués, que era hard rock clásico, unas palmas no deben molestar, ni al del costado. ¡Faltaba volumen!

De ahí, al final del bolo, descerrajaron nueve temas de «The Reset», dejando fuera el estupendo «The Sign», pero rescatando cuatro dardos de «Atlantis», que sonaron como un regalo añadido a un gran concierto, con una enorme banda —Rod Tirado (bajo), James Vieco (voz principal / guitarra), Enric Verdaguer (batería) y Max Eriksson (guitarra)—, presentando su último álbum, «The Reset», una obra con sabor clásico y gigantesca. Me quedo con ganas de volver a verles defendiendo su material, pero como dijeron unos que no han sabido envejecer, a Volumen Brutal.
Por cierto, ojalá se confirme que Saturna girarán en 2025 por Latinoamérica, esta banda se lo merece todo.


El asunto apremiaba, los horarios eran estrictos, por lo que el cambio de backline se hizo rápido, como en un box de carreras. De esta forma comenzaron The Wizards su concierto, demostrando el respetable que había ganas de verles, ganas de años.

La banda se posicionó en escena, los guitarristas Phil The Pain y George Dee, y la base rítmica de Count Baraka y Dave O. Spare, sonaron las primeras notas de «The Exit Garden», tranquilas, porque tras la calma llega la tormenta, y esa tempestad se llama Lord Ian Mason, que surgió a comerse al personal, literalmente, a devorarlo. Ya de entrada, me sorprendió gratamente, que el volumen de la sala había sido incrementado, rozando el cuarenta por ciento, tanto que ni palmas, ni conversaciones, ni que alguien se hubiera puesto de parto, nos iba a molestar, como debe de ser.

Lord, se contoneó, se dejó venerar, expulsó a los espíritus creyentes, y bendijo a sus acólitos malditos, con varios gritos guturales, excretó su herejía en la cabeza de los cercanos, para comenzar a cantar, lo que sin duda era una orgía sonora en el camposanto de una sala de conciertos.
A medida que iba avanzando el concierto, el infierno desatado, comenzaba a mojar la sala, y el azufre provocaba un sudor salino, que la cerveza fría no mitigaba. Lord Ian, cuando baja a las melodías más seductoras, se me presentó como un alumno aventajado de David Byron, mítico vocalista de Uriah Heep, banda con la que creo que tienen muchos lazos sónicos. Es cierto que cuando fornicaron con los temas del álbum «Full Moon In Scorpions» o el primerizo «The Wizards», resonaban efluvios de Judas Priest e incluso Maiden, pero con el último disco o el tema rescatado de «Rise Of The Serpent», «V.O.I.D (Vision Of Inner Death)», se difuminaban los ascendentes heavy y, manteniendo ese toque doom que resuena en el profundo báratro, se acercan más al querido hard rock setentero.

No seré yo el que niegue, que temas como «Oniros», poseen un influjo Black Sabbath, que deja tiznado el ambiente, pero al igual que pasa con «Equinox on Fire» o «Crawling Knights», entre otras del nuevo disco, atesoran y ostentan una personalidad y gusto, que nada más puede proceder de un auténtico ángel caído.


La banda suena perfecta, son muchos años caminando juntos y con tan solo un cambio temporal, cuando Jorge Sulfator fue padre y ocupó su esquina un colega, y es que el Demonio no tiene disidencias como el de arriba, que lo besan para traicionarle o lo niegan en público. La banda suena perfecta y fuerte, potente, hercúlea, con un volumen atronador, y mientras unos se esquinan a trío, Ian, se marcha a copular con un Marshall, y de paso, ganarse a pulso un acúfeno persistente.

La recta final del concierto fue del todo apocalíptica, como debe de ser con una formación que camina entre los ritos paganos, melodías estigias y cuentos perversos. Con «Calliope (Cosmic Revelations)», la Upload parecía las calderas de Pedro Botero, con el público de primera fila levitando, seguro que sin tocar el terrazo, los guitarristas repartiendo solos mezquinos, la base rítmica retumbando entre las almas ganadas y el Diablo, entre los penitentes, reconfortándoles a base de maldiciones craneales.


De esta forma, cuando sonó el bello e hipnótico principio de «V.O.I.D (Vision Of Inner Death)», todos carecíamos de alma propia y se la habíamos entregado al maligno, para recuperarla, ya pervertida, al terminar la ceremonia con «Stardust».
Tarde-noche espectacular, con dos bandas que actualmente son poseedoras de dos de los mejores discos que se han editado en nuestra escena, los catalanes Saturna y su «The Reset», más los bilbaínos The Wizards con «The Exit Garden».
Salí del averno y apenas me di cuenta de que en la plaza del Poble Espanyol, retumbaba un enfermizo chunda-chunda. Allí, centenares de inocentes, bebían y bailaban una música, por llamarlo de alguna manera, que a buen seguro les provocará un futuro derrame cerebral, ignorantes que a pocos metros, subiendo un puñado de escaleras, se habían abierto las puertas del infierno, por dos horas impagables. Yo mismo, no era conocedor que esa noche me iba a cruzar con el Diablo.
Texto y fotos: JL Bad

P.D.— Sigo sin explicarme la diferencia abismal de volumen, y si he de ser sincero, sin saber el motivo, sigo incrédulo y cabreado. ¿Qué se le va a hacer? Pues remediarlo y que no vuelva a pasar.


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