
Los Rebeldes
Sala Apolo
21.12.24
Final de una extensa gira para celebrar los cuarenta y cinco años de carretera y manta, de una de las bandas más importantes de nuestra escena de rock and roll, y que quizás el hecho de que siempre hayan estado ahí, hace que no tengamos grabado en nuestra retina la valía que posee esa militancia y resistencia. Por eso celebraciones como la de esa fría noche de Barcelona, ponen en cierta manera las cosas en su sitio.
De entrada, y lejos de lo que cabría esperar, Apolo no se asemejaba a un baile de salón del Imserso y se reconocían múltiples generaciones abarrotando la sala. Ese es otro de los méritos de Los Rebeldes, capaces de componer himnos generacionales del siglo pasado, al mismo tiempo que enganchar y seducir una numerosa legión del presente, dando credibilidad al dicho que el rock and roll jamás pasa de moda.

Puestos en faena, la noche comenzó con el pase de un mini documental, que el equipo de Bad Music nos perdimos, por lo que estuvimos castigados una parte del concierto en la agobiante entrada de los servicios. ¿He dicho, que Apolo estaba abarrotado?
Desde allí, pudimos ver como se presentaba la formación actual, con Miguel Ángel Escorcia a la guitarra y segunda voz, Celso Sierra aporreando el contrabajo, Cuti Vericad sacando brillo a los teclados y Lucky Martínez escondido tras la batería, encabezando el ataque Carlos Segarra, elegante, solemne cuando era necesario, vacilón si se precisaba y nostálgico comunicador durante toda la noche, contando pequeñas y grandes joyas del repertorio y de su historia. Así dejó perlas como sus inicios en los bares del Paral·lel, con guitarra en ristre a 700 pesetas la noche, en lugares que no dejaban entrar a menores, mientras que él tenía solo 16 inviernos.
Da gusto ver el estado de forma del eterno vaquero, como si hubiera hecho un pacto con el mismísimo Diablo, disfrutando de su tercera juventud y derrotando de forma cruel, a los 63 años que lleva escondidos en la funda de su guitarra. Yo de mayor, quiero estar como él.
¿He dicho, que Apolo estaba abarrotado? Seguro, pero quedaban hilillos de esperanza en el trajín del recorrido al control de avituallamiento, que aprovechamos para recolocarnos en medio de la sala, con una vista excelente del panorama.

Sonido impecable —aunque en alguna ocasión Segarra pidió más monitoraje, y se escucharon algunos acoples—, puesta en escena de lujo, equipo luminotécnico espectacular, público entregado a la ceremonia, por lo tanto, ¿qué faltaba para redondear una velada maravillosa? El repertorio, y de eso Los Rebeldes van más que sobrados. Siempre con miedo a equivocarme, creo que sonaron veinticinco temas, todos y cada uno de ellos provocaban el delirio de los asistentes, pero todo y con eso, no hay quien no echara en falta alguno de sus preferidos… Lógico.
La sala parecía que se iba a hundir, ¿He dicho, que Apolo estaba abarrotado?, y aunque había cámaras como para grabar un video del directo, al menos la que estaba al lado del control de audio, apalancada en un trípode, debía tener el baile San Vito. Como todos los presentes, que dejábamos escapar el calor humano de manera generosa.
Los cuerpos ejercían de marejada ondeante con temas como «Noche de acción» y «Quiero ser una estrella», con las que comenzaron el show, para semejarse a un rompeolas en plena tempestad cuando sonaban las primeras notas de «Agua de Valencia», con Jorge Rebenaque ejerciendo con su acordeón de primer invitado, o más tarde al aparecer Dani Nel·lo, al que no podemos considerar mero invitado, pues se pasó, afortunadamente para todos nosotros, medio concierto sobre el escenario. «El chaval apareció en el 85 para tocar con nosotros. Le dijimos que volviera dentro de tres meses», fue como lo presentó Carlos Segarra. Un Nel·lo que entró en la banda cuando se produjo la explosión de Los Rebeldes, tocando en estadios llenos de gente, cuando todavía estaba desarrollando su sonido, mientras buscaba en La Cova del Drac de la calle Tusset, la cercanía con la gente, el feedback rápido. Un Nel·lo que, míralo ahora, se ha convertido en uno de los mejores sopladores que existen, no solo en este país, de toda la galaxia muy, muy lejana.

Con el saxofonista sobre el escenario, Los Rebeldes llegaron a la mitad del concierto y para sorpresa de propios y extraños, se marcharon del escenario, para dejar espacio a los técnicos que aceleraban el trabajo para cambiar la batería. Algunos aprovecharon para rellenar el hígado dejando algo más de hueco. ¿He dicho, que Apolo estaba abarrotado?
Vuelve al centro del escenario Carlos Segarra, pero para presentar en esta ocasión a los originales, al trío de rockabilly que inició la historia y que ahora responden al nombre de Rebeldes 79, es decir, Aurelio Morata al contrabajo y Moisés Sorolla a la batería, otros que lo del pacto con el Diablo lo aprendieron en párvulos. Momentos espectaculares de la noche, cuando Segarra grito aquello de «Somos guapos, rockers, de Barna y orgullosos», ¡manda cojones! «Cervezas, chicas y rockabilly» y el suelo se movía, lo juro, y si no se vino abajo esa noche, Apolo nos enterrará a todos, porque con «Cadillac del 79» y «Let’s Have a Party», los que estuvimos a punto de sucumbir fuimos nosotros.

Quedaba mucho concierto, con un cambio rápido de backline y vuelta al escenario de la actual banda, para finiquitar la noche. Apareció Alba Blanco —La Perra Blanco— para hacer lo que mejor sabe hacer, mover las seis cuerdas en «Esa manera de andar» junto a Nel·lo. José Manuel Casañ de Seguridad Social, se plantó delante de otro hit, «Eres especial», coreado por el respetable como si no hubiera un mañana. Tengo muchos temas de Los Rebeldes en mi cajón desastre de cabecera, desde que los vi en el Sot del Migdia, cuando los dinosaurios y otros bichos, bajaban a pillar coca a Can Tunis, pero una de ellas es «Corazón de rock&roll», temazo que le endilgaron al último invitado, Ramoncín, por lo que mi cerebro le indicó al hígado el camino del bar, que hay que hidratarse y no de mala leche, precisamente.

«Rebelde con causa», «Mescalina» y «Mediterráneo», cerraron el show con una sala levitando, que rindió un más que merecido aplauso a los protagonistas. Normalmente, y llevo muchos aniversarios musicales a mis espaldas, estas citas se cargan más de nostalgia que de calidad, pero me quito el cráneo ante la profesionalidad de los implicados. Te pueden faltar temas, a quién no, puedes conectar más o menos con algunos —particularmente, las baladas nunca me han atraído—, pero nadie que estuvo en Apolo esa noche fría de Barcelona, puede negar que asistimos a uno de los mejores conciertos del año, una auténtica fiesta de rock and roll, porque «más sabe el Diablo por viejo cabrón».
Texto: JL Bad
Fotos: Teresa Canturri
Nota redacción: ¿He dicho, que Apolo estaba abarrotado?


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